Horizonte y límite: visiones del paisaje

El paisaje no es solo una porción de territorio, es también una construcción cultural, una idea que evoluciona con el tiempo y con quienes lo observan, generando conceptos abstractos: el horizonte como metáfora del infinito y el límite como domesticación del paisaje.

En esa mirada, el horizonte es una línea que delimita nuestra percepción del espacio y que, al mismo tiempo, sugiere lo inabarcable. Como paisajistas, jugamos con la ilusión del horizonte en los jardines, creando espacios que se perciben como extensiones del territorio, lugares donde la mirada puede perderse y la naturaleza parece prolongarse. Jugamos con los límites de la vista mediante el uso de perspectivas, patios y zonas ajardinadas en diferentes alturas, creando una ilusión de amplitud en un espacio delimitado, abriéndose hacia el exterior en lugar de cerrarse sobre sí mismo.

En estos espacios intervenidos utilizamos el límite para acotar el territorio. Intentando ordenar el paisaje y hacerlo comprensible. Es por tanto, una herramienta de diseño que no solo delimita, sino que estructura, conduce y sugiere. Creamos límites a través de terrazas, escaleras y muros que separan y definen cada espacio, permitiendo al mismo tiempo una transición suave entre las diferentes vistas del jardín. En contraste, podemos utilizar setos y arbustos que no solo marcan límites, sino que también sirven para enmarcar vistas y crear sensaciones de privacidad sin perder la fluidez del entorno.

El paisaje creado, por tanto, no existe fuera de nuestra mirada. La mirada construye el paisaje, otorgándole significado y emoción. Por eso, trabajamos conjuntamente con quien va a vivir el jardín, abiertos a múltiples lecturas, diferentes formas de recorrer y sentir el espacio.

El jardín cambia también con el paso del tiempo, por lo que diseñamos sabiendo que va a  evolucionar, permitiendo que las estaciones, la luz y los elementos naturales modifiquen su apariencia y, con ello, la experiencia de quien lo transita. Creamos jardines no solo como espacios contemplativos, sino como experiencias dinámicas, donde el entorno y la persona dialogan.

El paisaje es, en última instancia, una forma de interpretar el mundo a través de nuestra sensibilidad y nuestro contexto. Como paisajistas, nuestro reto es traducir esa sensibilidad en formas, recorridos y atmósferas que acompañen y enriquezcan la vida cotidiana, permitiendo que el lugar siga hablando con su propia voz.

Siguiente
Siguiente

Cómo leer el paisaje